Hoy he decidido ponerme algo más serio para hablaros del que sin ninguna duda es mi autor favorito: Paul Auster, y de la que considero su más inquietante novela: “Ciudad de cristal”. Se inició con ella la famosa trilogía de Nueva York, un deslumbrante conjunto de thrillers post-modernos que, según los críticos -y según yo mismo aunque no entienda una mierda sobre literatura a ese nivel-, marca un nuevo punto de partida para la novela norteamericana.
Antes de nada, ¿de qué trata este libro?
Quinn, que en otros tiempos fuera poeta y cuya mujer e hijo han muerto, vive en la más absoluta soledad, escribiendo novelas policíacas, despojado de toda ambición literaria y lejos de los fastos del mundo. Alguien lo llama varias veces por teléfono en medio de la noche, tomándolo por un detective llamado Paul Auster, y solicitando con desesperación su ayuda. Quinn, entre curioso y conmovido, decide al fin personificar al desconocido Paul Auster y concierta una cita. Conoce entonces a otro pálido poeta, que cuenta una historia aterradora: cuando nació, su padre, una combinación de místico y lingüista demente, lo encerró y aisló del mundo durante años para que pudiera hablar «la verdadera lengua de los hombres», aquella que olvidaron tras la construcción de la torre de Babel. Pero el niño fue rescatado y el padre recluido en una institución un manicomio, o quizás una cárcel, de la que ahora está a punto de salir. Y el hijo, que teme por su vida, desea que el detective Paul Auster o Quinn lo proteja.
Con ese punto de partida tan enigmático, ¿qué tipo de novela estoy a punto de leerme?
Creo que dentro de lo incatalogable que suele ser el señor Auster, este trabajo sí podría estar más o menos acotado entre el Thriller psicológico y la novela negra ¡Y ambos me flipan! Así que vamos al lío.
Paul Auster es un maestro en un sinfín de artes. Si se pone a crear diálogos inteligentes, es el mejor, los personajes que crea tienen tantas aristas que se escapan a cualquier ecuación literaria que quiera atreverse a describirlos en pocas líneas. La acción en sus novelas es trepidante, el brillante modo en que nos habla del amor o la muerte, de la soledad, y del impactante poder que tiene el azar, que juega como nosotros como si fuésemos figuritas de Lego. Este hombre puede que incluso sepa cocinar bien, pero lo que me sorprendió en esta lectura fue en que logró mostrarse muy hábil con el arte del engaño.
-Yo no soy Peter Stillman. Ese no es mi verdadero nombre
Quinn parece ser por momentos un reflejo de alguna otra persona, atrapada tanto o más que Peter Stillman en aquel cuarto, entre un sinfín de espejos contrapuestos. Ese cuaderno rojo que el protagonista lleva consigo, parece una especie de registro en el que escribe lo que considera real, como si intentase con ello agarrarse al mundo que conoce para no caer en la ilusión. Entrar en la ciudad de cristal es seguir al conejo blanco por la madriguera, hasta encontrar el ansiado y confuso País de las maravillas.
No me gustaría revelar los entresijos de la trama ni el impactante final –Efectivamente, lo tiene- de modo que me detendré aquí, haciendo hincapié de nuevo en mi deseo personal de que conozcáis al que yo considero como el mayor genio de la literatura actual, y también a su más inquietante novela. Un thriller como no se ha creado ningún otro y que redefinió el género, tras ponerlo frente a esos espejos tan singulares.
¿Qué es realidad y qué no lo es? O más importante todavía: ¿es la realidad tan real?
Y ahora algunos datos curiosos para frikazos como yo:
Tanto Quinn como Stillman tienen un cuaderno rojo, creando con ello una conexión con otro libro del bueno de Paul, llamado «El cuaderno rojo», que se antoja como una autobiografía con ciertas notas de ficción. Quinn también escribe su vida en cuadernos rojos.
Daniel Quinn tiene las mismas iniciales (DQ) que Don Quijote. No creo que sea casualidad. Tratándose de Auster, nada parecer ser casualidad.
Ciudad de Cristal tiene una adaptación a novela gráfica que es todo un puntazo. Aunque a mí, personalmente, me gusta mucho más la novela.
Y con esto y un bizcocho… ¡Ya os lo estáis leyendo!