«Juego de tronos» es mejor que los libros

23 abril, 2016
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23 abril, 2016 Pedro Martí

Efectivamente, en el título acabo de decir algo que a muchos lectores os parecerá una locura, una barbaridad, o ambas cosas.

Vaya por delante, que soy un gran amante de literatura, y como tal siempre suelo preferir los libros a sus adaptaciones cinematográficas (aunque algunas adaptaciones hayan sido magistrales, como la de «El club de la lucha», la de «Yo, robot» o la de «La naranja mecánica»). Pero ha tenido que llegar «Juego de tronos» para hacerme cambiar de opinión sobre una máxima que llevaba por bandera:

Tono de cultureta omnisciente ON: «Los libros siempre son mejores que las películas y las series».

Tranquilo Joffrey, no me has entendido. Intentaré ser conciso y no explayarme demasiado. Precisamente esa es la primera asignatura en la que opino que Georgie Double R Martin tiene un debe importante. Me explico. Entiendo, que a un autor que en sus libros comprende tantos episodios de acción y esa cantidad abrumadora de personajes le apetezca de vez en cuando pararse y hablarnos sobre el menú que se servirá esa noche en Winterfell, o sobre lo crujiente que estaba el bacon que Tyrion desayunó esa mañana. No estoy criticando las descripciones en sí, sino su discutible idoneidad, y es que a veces aparecen en momentos donde al lector no le interesan lo más mínimo, y llegan a ocupar incluso dos páginas. Entiendo que George, que es un genio, está de buen año, y eso puede que influya en su afán por describir los suculentos platos de poniente.

«Canción de hielo y fuego» tiene un argumento muy potente (probablemente el más potente jamás leído una saga de libros hasta la fecha) y ahí radica su indiscutible y merecido éxito. En cuanto al estilo, cabe destacar los diálogos, la creación de un universo y una historia tan extensos y tan perfectamente hilados; y también el diseño de los episodios, que llevan el nombre del personaje que protagoniza la escena. Salvo estas pinceladas, no veo que el estilo destaque al nivel de otros autores literarios, pero probablemente tampoco lo necesita. La obra, por su argumento, es terriblemente adictiva, y esa es su gran baza; amén del morbo de saber que puedes perder a tus personajes favoritos para siempre en lo que tarda uno en pestañear.

Sin embargo, la serie es otra historia (otro rollo, que dirían algunos). ¿Cuáles son sus bazas? Incontables, pero voy a tratar de resumirlas y de explicarlas brevemente, sin detenerme en los menús (¡zasca!)

1- La excelsa calidad de la dirección. Las escenas están ordenadas a lo largo de los diez capítulos de cada temporada de un modo magistral. Si nos centrásemos en seguir la trama de cada personaje durante cada temporada, apreciaríamos cómo, pese a que probablemente les hayan ocurrido un sin fin de juderías, no han estado en pantalla más de una hora. Los directores de la gran mayoría de los capítulos son unos auténticos entendidos del business, y si además cuentas con la ayuda del autor de los libros para dirigir algún que otro capítulo, pues… sobran palabras.

2- La implicación del bueno de Georgie. Doble R no solo dirige algunos capítulos, sino que complementa su obra con «pequeñas mejoras» ¡Alerta SPOILERS! (salta al punto tres para que te joda la serie en tres líneas si no la has visto ya). En el libro Robb nunca se enamora, y su mujer nunca llega a entrar al recinto donde se lleva a cabo la célebre «Boda roja». Para más inri, el bueno de Doble R Martin decidió que la bellísima Oona Chaplin, estuviese embarazada de Robb, ¡y no solo eso! Sino que además, fuese a llamar al pequeño vástago, Eddard Stark. Si en sus libros fue cruel, en la serie se terminó de coronar. Como otro detalle diré que en los libros es Sir Ilyn Payne quien enseña a Jaime Lannismanco a pelear con la zurda. No me creo que los fanáticos lectores que no siguen la serie por una mezcla de demencia y fidelidad hayan decidido voluntariamente no disfrutar de la tutela de Bronn al bueno de Jaime.

3- La banda sonora. Sin palabras. No se puede describir lo que siente uno al comenzar la semana, poner nuevo capítulo y escuchar el magistral opening de la serie. ¿Y esa carne de gallina al escuchar a los bardos tocando «Las lluvias de Castamere» en la boda de Robbie Starkie? Son puntos a favor que un libro jamás podrá obtener, pero aunque sea tremendamente injusto, han de ser tenidos en cuenta porque maximizan la experiencia.

4- Las actuaciones (de la gran mayoría). Soy consciente de que en este enorme casting se han colado un par de troyanos cuyas actuaciones no están al nivel del resto. ¡Lo admito! Pero ver a Charles Dance haciendo que el gran león, Tywin Lannister tenga ese empaque (superior al que tiene en la obra escrita), o el tremendo carisma que Sean Bean infunde a nuestro adorado Eddard Stark… hacen que se le acaben  a uno los adjetivos y las alabanzas hacia el colosal casting de la serie. Hablaría de Peter Dinklage (Tyrion Lannister) o de Liam Cunningham (Sir Davos Seaworth), pero creo que ya sería pasarse.

5- La magia de los medios. En este mundo globalizado, en el que la mitad vivimos a caballo entre Twitter y Facebook; otra de las cosas que hace grande a Juego de tronos comparándola con su versión literaria, es el hecho de que TODO el mundo ve el capítulo al mismo tiempo, haciendo casi tan interesante como el propio capítulo el hecho de comentarlo con los colegas del trabajo, con los amigos, o con nuestros padres. Es tremendamente divertido escuchar las teorías al final de cada temporada, y tener que esperar TODOS JUNTOS a que pasen esos diez meses de larga espera.

Me estoy poniendo pesado, de modo que resumiré mi opinión con un argumento de acero Valyrio. Y es que yo creo que un crítico literario nunca daría un 9 o un 10 a «Canción de hielo y fuego» porque tiene cosas mejorables sobre todo en cuanto a su estilo, pero un crítico de cine sería de dudosa credibilidad si no lo hiciese con «Juego de tronos». Pero ésta es mi modesta opinión. Ya sabéis que nadie posee la verdad absoluta (salvo el inspector César Giralt).

El lunes tendré nueva dosis de mi droga preferida, después de diez meses.

¡No puedo esperar!

 

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