Conoce a Roberto Bengoa

11 junio, 2016
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11 junio, 2016 Pedro Martí
  • El apellido «Bengoa» viene de una compañera del trabajo y amiga: Lorena Bengoa.
  • Tiene una hermana, Nuria, que a diferencia de él, es una experta en psicología criminal. A Roberto nunca le gustó sumergirse en las mentiras de la gente y tener que interpretar qué es cierto y qué no lo es. Sin embargo, a Nuria le encanta ese juego, y por contra, no entiende que su hermano sea capaz de tocar cadáveres con la misma calma con la que desayuna.

 

A continuación, os dejo la primera escena en la que aparece, espero que os guste.

<<Todos miraron hacia la carretera. Los faros de un Opel Corsa blanco se apagaron y de él bajó un hombre de mediana estatura, con el pelo rubio, liso y largo, recogido en una coleta baja. Llevaba unas gafas con las monturas al aire, un jersey negro de algodón que le cubría hasta la nuez, y unas botas de plástico, también negras, parecidas a esas con las que todos pisábamos charcos de niños.

Roberto Bengoa, médico forense de los Mossos d’ Esquadra de Sant Martí, había llegado por fin a escena. A los allí presentes, les pareció como si se tratase de una aparición mariana. Aquel hombre con coleta ostentaba una gran reputación, y quizá podría resolver al instante todas las dudas que se estaban planteando. Pero tanto Gabriel como César, sabían que en realidad, los forenses, por irónico que pudiese parecer, solían desenterrar más preguntas que respuestas.

La dama del lago—dijo nada más verla, esbozando una ligera media sonrisa.

—Esto no es un lago, Roberto. Y Chandler nunca escribió sobre Calella y la playa de las rocas —dijo César al escucharle.

—A veces se me olvida que existe alguien todavía más obsesionado que yo con la literatura —dijo sonriendo al inspector Giralt— Me imagino cuántos detalles culturales te habrán ayudado a lo largo de estos años a resolver casos. Seguro que muchos más de los que crees.

Roberto se puso los guantes de látex y se agachó a observar el cadáver. Álvaro Dávila se quedó sorprendido al ver cómo, tras una primera inspección ocular, trataba de tomarle el pulso. El forense, que vio como Álvaro le miraba perplejo, le sonrió y se dirigió a él.

—Efectivamente: está muerta.

Todos rieron levemente, menos Álvaro, que no salía de su asombro. Tras tocar un poco su piel, y enfocar con una linterna a sus fosas nasales y a sus ojos, colocó su oído sobre la boca de la chica. La lengua, que se asomaba tímidamente, a punto estuvo de hacer contacto con su lóbulo. El hijo del comisario no entendía lo que aquel hombre estaba haciendo.

—¿Pretende que el diga como murió? —Dijo finalmente Álvaro Dávila, algo molesto tras contemplar el ritual.

—Exacto, eso pretendo. —Sonrió de nuevo.

—Pues déjeme darle una mala noticia, señor Bengoa. Los muertos no hablan.

Roberto se distanció del cadáver un instante y se colocó las gafas con sutileza por debajo de la nariz.

—No podría estar usted más equivocado, agente. Los muertos hablan —dijo muy seriamente— Debo admitir que no tienen un buen dominio de la comunicación verbal, ni oral ni escrita; pero su comunicación no verbal es excelente. No debería usted subestimar la capacidad de hablar de esta joven.

El agente se sintió intimidado por aquella sonrisa perenne. Rápidamente pudo identificar a Roberto Bengoa como un bicho raro. Para alguien tan joven como él, encontrarse con un médico forense que disfrutase tanto como él haciendo su trabajo era algo totalmente inesperado.

—Yo no podría ser como usted, agente. Me perturba preguntar cosas a los seres vivos.

—¿Qué quiere decir? —preguntó el chaval, intrigado.

—Hablar con los vivos tiene un gran inconveniente. Valoro mucho que mi hermana, César, Gabi, o ustedes, sean capaces de llevarlo a cabo con tanta maestría; pero yo nunca podría —se explicó— Los muertos, al contrario que los seres vivos, no mienten. Eso simplifica mi trabajo.

Álvaro se quedó helado ante la reflexión. —¿Para qué iban a hacerlo?

—¡Eso es! —exclamó el médico forense, con sus rodillas flexionadas— ¡Muy cierto, agente Dávila! ¿Para qué iban a hacerlo? ¡Ni Shakespeare lo hubiese expresado mejor!

César y Gabriel se miraron, sonrientes. Sabían que el primer contacto con Roberto Bengoa siempre era extraño. Su excentricismo era incluso más legendario que su profesionalidad.

—Id a tomar algo. En una media hora les avisaré para el levantamiento. No sirve de nada que me estén observando —sonrió de nuevo.

Cuando se alejaban, Guillermo Ferre se giró para mirar a aquel hombre agachado, al lado de la bolsa de plástico y de su maletín negro. No pudo evitar compararlo con una niño que construía un castillo de arena, completamente entusiasmado.

—Vaya bicho raro —le dijo a César Giralt.

—Es un puto loco, pero si no estuviese tan loco no sería el mejor en lo suyo. La línea entre la locura y la genialidad es más fina de lo que creemos —respondió.

—Deduzco que tú también estás un poco loco.

—¿Y quién no? —sonrió— Lo que pasa es que la gente como Roberto o como yo, nos hemos cansado de fingir que estamos cuerdos.>>

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